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Vendedores de comida en un cementerio

La siguiente imagen me persigue desde el domingo pasado: mientras estoy con mi pareja en un panteón para visitar la tumba de su padre, aparece un señor vendiendo comida. Camina entre el césped y se dirige a nosotros. No salgo de mi asombro y enseguida Areli se da cuenta de mi sorpresa. Compramos unos cacahuetes y se marcha. Lo siguiente que digo es: "wow, no me esperaba esto, y menos en un cementerio". Ella se ríe, me abraza y me dice "te amo". Ufff, ese momento es muy emocionante.

Y es que por mucho que lo piense no dejo de sorprenderme. Es impensable que en un cementerio de España entre alguien a vender comida, y menos si se trata del Día de Todos los Muertos. Aquí se desdramatiza la muerte en el sentido de que entienden que es un estado más de la vida de la persona. Visitan a sus familiares difuntos, comparten con él su música, su comida, sus risas. Me gusta esa forma de celebrarlo y no como en España que es todo fúnebre, todo triste.

Y triste sería que no reconociera que ahora estoy más contento porque no llueve diariamente. Salir del trabajo y ver que el cielo está despejado me alegra muchísimo, no solo porque no me mojo, sino porque puedo salir a correr por la Colonia Del Valle que es donde vivo ahora. Diría que es una colonia residencial, bien situada geográficamente porque está dividida por ejes (avenidas) importantes. Puesto que camino mucho, me gusta fijarme en los edificios y en las casas. Hay de todo tipo: con jardín, edificios feos y viejos, otros nuevos y bonitos, otros abandonados y otros con una estética ochentera. Hay una gran mezcla, como todo en la Ciudad de México.

Porque aquí es normal que mientras estás parado con el coche en un semáforo, venga alguien que quiera limpiar el cristal delantero, que le digas que no pero que te lo limpie igualmente. O es normal que las calles sean un auténtico mercado: desde el que vende comida fuera de las estaciones de metro hasta que el camina entre los coches mientras están esperando que el semáforo se ponga en verde y acabando por los que van en carrito vendiendo de todo. La ciudad huele siempre a comida: me recuerda mucho a Estambul.

Sin embargo, el surrealismo sigue apareciendo de vez en cuando. Es posible que estés parado para cruzar una avenida, aparezca un pesero (autobús), pare delante de ti y salte un chico joven con cara de pocos amigos a preguntarte si vas a subir; o que vayas caminando y alguien te diga que seguro que eres extranjero, italiano tal vez; o que alguien del trabajo se enfade porque no le das la mano o la besas cuando llegas o te vas. La idiosincrasia de un país que tiene de todo. Seguiremos informando.