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Vendedores de comida en un cementerio

La siguiente imagen me persigue desde el domingo pasado: mientras estoy con mi pareja en un panteón para visitar la tumba de su padre, aparece un señor vendiendo comida. Camina entre el césped y se dirige a nosotros. No salgo de mi asombro y enseguida Areli se da cuenta de mi sorpresa. Compramos unos cacahuetes y se marcha. Lo siguiente que digo es: "wow, no me esperaba esto, y menos en un cementerio". Ella se ríe, me abraza y me dice "te amo". Ufff, ese momento es muy emocionante.

Y es que por mucho que lo piense no dejo de sorprenderme. Es impensable que en un cementerio de España entre alguien a vender comida, y menos si se trata del Día de Todos los Muertos. Aquí se desdramatiza la muerte en el sentido de que entienden que es un estado más de la vida de la persona. Visitan a sus familiares difuntos, comparten con él su música, su comida, sus risas. Me gusta esa forma de celebrarlo y no como en España que es todo fúnebre, todo triste.

Y triste sería que no reconociera que ahora estoy más contento porque no llueve diariamente. Salir del trabajo y ver que el cielo está despejado me alegra muchísimo, no solo porque no me mojo, sino porque puedo salir a correr por la Colonia Del Valle que es donde vivo ahora. Diría que es una colonia residencial, bien situada geográficamente porque está dividida por ejes (avenidas) importantes. Puesto que camino mucho, me gusta fijarme en los edificios y en las casas. Hay de todo tipo: con jardín, edificios feos y viejos, otros nuevos y bonitos, otros abandonados y otros con una estética ochentera. Hay una gran mezcla, como todo en la Ciudad de México.

Porque aquí es normal que mientras estás parado con el coche en un semáforo, venga alguien que quiera limpiar el cristal delantero, que le digas que no pero que te lo limpie igualmente. O es normal que las calles sean un auténtico mercado: desde el que vende comida fuera de las estaciones de metro hasta que el camina entre los coches mientras están esperando que el semáforo se ponga en verde y acabando por los que van en carrito vendiendo de todo. La ciudad huele siempre a comida: me recuerda mucho a Estambul.

Sin embargo, el surrealismo sigue apareciendo de vez en cuando. Es posible que estés parado para cruzar una avenida, aparezca un pesero (autobús), pare delante de ti y salte un chico joven con cara de pocos amigos a preguntarte si vas a subir; o que vayas caminando y alguien te diga que seguro que eres extranjero, italiano tal vez; o que alguien del trabajo se enfade porque no le das la mano o la besas cuando llegas o te vas. La idiosincrasia de un país que tiene de todo. Seguiremos informando.

Gestos y miradas que te cambian la vida

Una simple mirada, un simple gesto es suficiente para darte cuenta de muchas cosas. Uno, en este caso yo, puede ir caminando medio dormido hacia el trabajo, medio fastidiado por cualquier tontería y, de repente, encontrarte a una niña de unos 12-13 años en una esquina, ayudando a sus padres a vender comida, y sonreír cuando pasa a su lado, mirarlo con cara de alegría. A partir de ese momento, el día ya es diferente.

Y es que México te ayuda a valorar más las cosas buenas y a relativizar las que tú consideras que son malas o que no son buenas. El trayecto que hago de casa al trabajo (lo hago caminando y eso es un lujo en una ciudad como el DF) o del trabajo a casa, podría resumir lo que puede ser este país. Mientras pasas delante de un edificio con un vigilante que está barriendo la acera y te cuenta que su jornada es de 14-15 horas al día, puedes ver cómo una mujer va caminando muy deprisa y arrastrando a su hijo porque llega tarde al colegio.

También puedo encontrarme con un grupo de trabajadores que están a punto de empezar su jornada en un edificio en obras y, al lado, que salga un coche lujoso de un estacionamiento. O que en un mismo parque exista una pareja joven de enamorados junto con un señor mayor leyendo el periódico, o una señora que camina a paso lento pero seguro en dirección a alguna parte, o que una niña esté con su mamá vendiendo figuras para el día de muertos.

Lo mismo ocurre en mi lugar de trabajo. Mis compañeros se ríen y les hacen gracia las expresiones que digo en plan "insultos". Palabras como "hostia", "la madre que lo parió", "me cago en..." son habituales en el lenguaje de un valenciano como yo. Cada vez que la digo, mis compañeros se ríen. De la misma manera ella sonríe cuando me sale un "hostia" después de una frase. Ella lo repite, me mira y me besa. Es la mejor forma de entender y de darte cuenta lo importante que puedes ser para alguien, que eres importante para Areli.

Ha sido un verano raro para mí. Acostumbrado al sol y a la playa de Ondara, Denia o Valencia, este ha sido el primer verano entero que no he estado allí y ha coincidido con que el verano del DF consiste en que llueva todos los días. Me ha afectado enormemente, no solo porque no estoy acostumbrado a tanta lluvia, sino porque no he podido entrenar como hubiese querido. Desde hace unas pocas semanas he vuelto a los entrenamientos y empiezo a encontrarme mejor, aunque la altura de la ciudad me afecta y no respiro bien. La idea es correr el Maratón de la Ciudad de México del próximo año, aunque antes habrán sucedido cosas muy importantes en mi vida; mejor dicho, sucederá algo fundamental en mi vida. Seguiremos informando.


Ser emigrante incluye muchas cosas

Ser emigrante incluye muchas cosas como, por ejemplo, estar siempre pendiente de tu tarjeta para estar legal en el país. La idea es que no se te pase la fecha de finalización. El próximo mes me tocará ir de nuevo a Migración para tramitar mi renovación y espero que esta vez sea más sencillo.

Ser emigrante también incluye que algún día del mes te sientas más nostálgico, más triste. Puede deberse a varios factores: que hayas hablado con tu familia, que en un momento determinado tengas un recuerdo específico de algo o, simplemente, porque sabes que es fiesta en tu pueblo o en tu ciudad y te acuerdas. Todavía no he conseguido descubrir la fórmula para que no me ocurra. Sin embargo, ella lo entiende y me ayuda a superarlo. Ella me mira a los ojos, me acaricia y me dice: "on estigues tu, estaré jo". Es el momento perfecto para decirle: "Areli, jo t'estime".

Y es que ser emigrante es como ese niño que todavía no sabe caminar y lo intenta. Tratas de entender cómo es la cultura de tu nuevo país, tratas de aprender qué hacer para adaptarte lo más rápido posible...y muchas veces lo consigues, otras no. De momento sigo sin poder comer mucha comida picante y sigo sin poder conducir con tranquilidad por el DF.

Sin embargo, la  Ciudad de México no te deja indiferente, sobre todo si vas por el centro. Es posible que te cruces con una familia que vaya con un excusado, con un váter en la mano, o que te encuentres a más de uno disfrazado, o que haya tanta gente que te sientes como algo muy pequeño y sin importancia. Es el momento perfecto para echarte a un lado, sentarte y fijarte en la gente: personas de todo tipo, de toda condición caminan en dirección al Zócalo.

Una de las cosas que me sigue ocurriendo es que tropiezo por la calle. O bien lo hago con personas o contra cosas. Es normal en mí estar mirando de frente y golpearme contra alguien. No sé si es que no camino bien o cuando lo hago pienso en otras cosas, pero así es. También me suelo golpear contra cosas. Eso sí, todavía sigo sin hacerme un esguince cuando voy por la acera.

He vuelto a correr. Posiblemente alguien se sorprenda que diga eso. Pues sí. He llevado un tiempo parado, que ha coincidido con la temporada de lluvias. Aunque es una excusa. Es algo que suele ocurrir a los que corremos con asiduidad. Llega un momento que no sientes las ganas de hacerlo o que no tienes la motivación. En mi caso, puede ser una mezcla de lo que digo y también que prefería ocupar el tiempo libre en otras cosas. Sin embargo, de repente, llega ese día y vuelves a la carga. Seguiremos informando.







Pedir deseos en México

Lo hice. Llevaba días que pasaba por delante y tenía la tentación de entrar, pero no me atrevía. Hasta que ayer lo logré. Es una iglesia pequeña, bonita por fuera y se encuentra en un parque. Siempre había visto que entra y sale gente a la hora que sea. Tuve la curiosidad de hacerlo yo también. Por dentro era sencilla, nada presuntuosa ni cargada. Habían 3 personas más rezando y me senté en el último banco. A los dos minutos decidí pedir un deseo. Espero que se cumpla.

Y es que pedir deseos es algo normal cuando eres emigrante. Deseas que tu experiencia te salga bien, deseas acoplarte a tu nuevo país lo más rápido posible, deseas que la comida te siente bien, deseas encontrar amigos nuevos, deseas encontrar aquello que has estado buscando durante mucho tiempo, deseas comenzar de cero una nueva vida con ilusión y con ganas.

Las mismas ganas que me llevaron un 6 de septiembre de 2012 a venir a México, las mismas ganas que tengo en la actualidad por desarrollarme profesionalmente y por conseguir mis objetivos. Esas ganas no han desaparecido y ahora menos tras conocerla, tras compartir con ella un proyecto de vida y tener unos objetivos comunes. Cuando uno está enamorado, hace todo lo que está en su mano por conseguir lo que quiere con esa persona. Y con ella, con Areli, lo quiero todo.

También quiero entender por qué un mexicano está tan unido a la familia o por qué aprovechan cualquier momento para celebrar cosas. Es muy bonito que así sea porque, al fin y al cabo, uno busca la felicidad permanente. Reunirse con la familia o celebrar cosas con los tuyos es lo mejor que te puede ocurrir.

Sin embargo, creo que nunca me acostumbraré a la policía o, mejor dicho, al momento en el que una patrulla te para. Normalmente, aunque no tengas papeles ni nada, puedes solucionar el tema dando dinero al agente. Aunque también te puede ocurrir que le caigas bien, que se dé cuenta que no eres mexicano, que te pregunte qué haces en el país, a qué te dedicas y que al final te diga: "muy mal la selección española, verdad?" y te deje ir sin necesidad de que le des nada.

Es difícil entender algunas cosas, pero siempre te dicen lo mismo: "así somos en México". Lo importante es dejarse llevar por los acontecimientos, dejarse llevar por todo, tener paciencia y pensar que todo es posible, que todo puede ocurrir. Seguiremos informando.



En México todo llega, lento, pero llega

En México todo es posible. Es una de las primeras frases que me dijeron cuando llegue a este país. Y es cierto porque es posible que en tu lugar de trabajo tengas a un compañero que te diga que su bisabuelo es de un pueblo que está a 20 km del mío, o que pienses que no va a suceder una cosa y sucede.

Y es que todo acaba llegando, a un ritmo lento, pero acaba llegando. Es curioso que cuando esperas de un mexicano que haga algo porque se lo has pedido o porque él te ha dicho que lo hará, posiblemente no ocurra en el momento que tú quieres y que incluso creas que se le ha olvidado, pero no es así, al final lo hace. Es una forma de tomarse las cosas de otra manera y es sorprenderte que así ocurra en una ciudad como el DF de más de 20 millones de habitantes, donde la gran mayoría de la gente siempre va con prisas.

La prisa es una fiel compañera del mexicano de la Ciudad de México. Si tienes previsto ir en metro debes tener presente que verás a muchas personas corriendo de una línea a otra o tratando de agarrar el metro porque está a punto de salir. También es habitual que pidas algo de comida en uno de los puestos y que te lo hagan rápido, como si alguien les persiguiera. El otro día pedí un jugo de naranja y el señor lo hizo con tanto ímpetu, con tanta rapidez que estuve a punto de decirle que se tranquilizara, que no tenía prisa.

De la misma manera que me emociona ver a un señor barrer cada día su puesto de flores a las 7 de la mañana, me emociona ver las caras de decisión de la gente para irse a trabajar tan temprano. Me gustaría verme en un espejo y compararme con ellos. Sin embargo, no hay nada que me emocione más que te digan a esa hora que te aman, que son las 7 de la mañana y que ya quiere que sea por la tarde para volver a verte. Sí, mi princesa me dice eso, Areli lo dice. Cuando lo pienso se me pone la piel de gallina.

Ni que decir tiene que se me eriza la piel cuando te piden perdón por cualquier cosa, o cuando un niño te pide que le des algo y lo hace con una sonrisa, o cuando cruzas una avenida importante y casi no te da tiempo a hacerlo porque no paras de esquivar a gente que hace el camino contrario. De lo que todavía me estoy acostumbrando es al ritual de las gasolineras. Cuando llegas, el chico o la chica que trabaja allí te pregunta que gasolina quieres e inmediatamente te dice si quieres que revise las ruedas, los filtros, el aceite. Aunque le digas que no, él o ella te lo volverá a preguntar. Cuando dices que no por tercera o cuarta vez, entonces se dirige a la manguera y te comenta: "señor, a ceros". Y eso significa que me fíe de él, que pone el contador a cero. Seguiremos informando.








¿Por qué corro?

Para mí correr es fundamental. Desde que dejé de jugar a fútbol es el único deporte que practico. Empecé a hacerlo porque necesitaba suplir el hueco que había dejado con algo y pensé: "bueno, lo más fácil y barato es correr". Es cierto que había corrido muchísimo mientras jugué a fútbol, pero de lo que se trataba ahora era de hacerlo por placer, sin tener la necesidad de ir porque "tienes que ir". 

Estoy hablando de finales de los años 90 y principios del 2000. Recuerdo el primer día que me puse las zapatillas. Estaba en Valencia y me iba en dirección al antiguo cauce del Río Turia. La cara de sorpresa de la gente que me veía trotar por las calles era muy divertida. No era normal que alguien corriese por ahí, al menos no era tan habitual. Ese día, recuerdo, acabé muerto, con agujetas. No era lo mismo correr que jugar. 

Sin embargo, después de ducharme tuve una sensación de felicidad, de alegría, de sentirme bien, de haber utilizado ese tiempo para olvidarme de todo. Fue el inicio de una rutina que el mismo cuerpo me pedía. Era como una droga. Al principio no tenía más intención que correr para estar en forma. Nada más. Ni se me pasó por la cabeza pensar en maratones, medias maratones o carreras. Pero el día que mis amigos me dijeron de participar en una carrera de 10 Kms, ese día empezó todo. 

El ambiente, la alegría de la gente, los nervios hicieron que desde ese día participe en carreras siempre que puedo. De los 10 kms pasé a los 15 kms, de ahí al medio maratón y, finalmente, al maratón. En todas mis participaciones he disfrutado como un niño pequeño, nunca me auto exigido ni me he enfadado porque a lo mejor un día me siente peor. 

Ahora me vienen a la memoria las primeras carreras. No éramos demasiados, nos llamaban locos, pero ahí estábamos. Mi primera participación en un maratón fue en el 2003. Fue el de Valencia y corrimos o llegamos a la meta 2.000. Hoy en día el número de gente que corre es muy grande y yo me alegro. Me alegro que correr se haya convertido en una forma de vida porque, al fin y al cabo, es una forma de vida. 

Ahora estoy en México y sigo corriendo. Lo curioso es que siempre me ha gustado correr solo, con mi música. Siempre intento correr sobre llano y recto. Soy así de raro. Desde hace un tiempo, desde que me dijo que quería correr, siento la necesidad de correr con ella. Es la primera vez que me ocurre, que quiero correr con alguien al lado. El día que ella me dijo que quería correr conmigo, me produjo una alegría indescriptible. Y ahora solo quiero correr con ella. Sé que cuando corremos juntos está preocupada porque cree que no voy a mi ritmo y que no hago el entrenamiento que quisiera. Lo que ella no sabe es la felicidad que tengo de compartir ese momento con ella, de correr a su lado, de girarme y verla correr, de girarme y verla tan guapa como siempre, de hacer 35, 40 o los minutos que sean, pararnos, que me mire, darle un abrazo, besarla y decirle que es la mejor, que es mi campeona, que es mi ídolo. Efectivamente, ahora solo quiero correr con ella, con Areli, con mi pareja. T'estime, xiqueta. 

Correr, correr y correr, con destino o sin destino, pero correr. Corriendo me siento feliz. ¿Por qué será? Los corredores me entienden. Seguiremos informando. 

Me gustan los viernes en la Ciudad de México

Hoy es viernes, uno de los días de la semana que más me gustan. El DF parece otra ciudad o, al menos, eso es lo que me parece. Tal vez sea por mi actitud, pero la veo diferente. Diferente es que mientras en Valencia yo pueda hablar de que el Barcelona ganó o perdió o de que hay muchos políticos corruptos, en el mismo lugar de trabajo los compañeros tratan de acertar si el sismo que acabamos de vivir ha sido de 5 o de 6 grados.

Y es que entre abril y mayo se han registrado muchos movimientos sísmicos en México. Para mí es un momento difícil porque no sé cómo reaccionar. El viernes santo estaba en casa y empezó a moverse la casa como si fuese de plastilina. Dicen que fueron 50 segundos, pero para mí fue eterno. Decidí salir a la calle porque me mareaba. No fue el primero ni el último de los vecinos que salió, pero sí salimos casi todos.

Estamos en una época rara en lo que respecta a la meteorología. En un mismo día puede hacer frío por la mañana, llover por la tarde y hacer calor por la noche. Cuando salgo por la mañana hacia el trabajo, no sé qué ponerme, pero enseguida se me olvida porque empiezo a pensar qué me encontraré durante mi camino. Y lo que me encuentro es una vida a las 6'50 de la mañana increíble. Vivo cerca de un colegio y en el instante que paso por delante, los niños están entrando para sus clases. Y como en México todo es grande, ese colegio no podía ser menos. Cada día que paso me sorprendo con la cantidad de niños y niñas que entran y entran y entran.

Yo pensaba que tras más de año y medio en México ya no me sorprenderá por lo grande de la cosas, pero me equivoqué. No deja de sorprenderme lo grandes que son los supermercados, lo grande que es esta ciudad. El otro día fui a Puebla y tardas más en salir del DF que en llegar a la otra ciudad. Es una sensación indescriptible cuando sales de la Ciudad de México, ya sea por el norte, por el sur, por el este o por el oeste. La ciudad no se acaba nunca y es imposible hacerte una idea de lo grande que es.

Sin embargo, nada es más grande y más bonito que despertarme y verla allí, durmiendo plácidamente, sin moverse, tan bonita como siempre. Ella ha conseguido que todos los días sean buenos, ha conseguido que cada día tenga una sonrisa. Para mí, que los días estén llenos de sonrisas son días que no se han desperdiciado. Con ella, todos los días han sido y son especiales, son únicos. Areli, xiqueta, t'estime.

Tan especiales como el momento de conducir por zonas de la ciudad que no conozco o como ir a un mercado, el de Jamaica, en el que te trasladas a cualquier ciudad de El Cairo, de Bangkok o de Bombay. En ese mercado venden de todo, aunque es famoso por sus flores. Es un auténtico espectáculo puesto que es un lugar cubierto pero con el suelo embarrado por el agua de las flores; muchísima gente, personas que llevan una planta en la cabeza, mujeres mayores que te atienden y que sólo quieren venderte un ramo, chicos y chicas que van de un lado a otro y yo, parado y mirando todo lo que me rodea con cara de sorprendido, de alucinado. Si pensaba que dentro lo había visto todo, me equivoqué. Cuando salí, empecé a escuchar una voz grabada de alguien que vendía pomadas. Lo sorprendente no era que vendiera pomadas, sino lo que decía: parecía que estaba dando el rosario, y hablaba de males, de situaciones surrealistas...no daba crédito.

Tampoco doy crédito a ir conduciendo por una avenida de una sola dirección y encontrarme, de repente, con un autobús que viene en sentido contrario; o que una mujer, por el simple hecho de haberme estacionado en doble fila, empiece a decirme de todo indignadísima. Yo le sonrío y le digo que todo está bien, pero la mujer sigue gritando. Al final decido irme y saludarla. Seguiremos informando.


Caminar a las 7 de la mañana da mucho juego en el DF

Me siento a escribir y lo primero que me viene a la mente es la imagen de un señor vestido para hacer deporte y apoyado de pie en la puerta de una iglesia. La puerta está cerrada y el protagonista está con los brazos abiertos y rezando. Son las 7 de la mañana y paso caminando para irme al trabajo. Esa imagen me acompañó durante todo el día.

Y es que mi día a día se compone de imágenes. Imágenes que pasan desapercibidas y no las recuerdo, e imágenes que me quedarán grabadas para siempre. Como la del mercadillo que se instala los viernes en un parque cercano a mi casa. Es muy temprano, camino con mucho sueño, pero cuando llego a ellos y veo la vitalidad y las ganas con las que montan su puesto, me despejo y trato de llegar al trabajo totalmente despierto. O la imagen de una señora mayor, de más de 60 años, que corre al menos dos o tres días por semana por el mismo parque. Va lenta, a su ritmo, concentrada, pero feliz. Así es como concibo el deporte.

Es cierto, soy un privilegiado. Lo soy porque puedo ir al trabajo caminando. En una ciudad de más de 20 millones de habitantes es un lujo no tener que utilizar ningún medio de transporte para ir a trabajar. Además, mientras caminas te encuentras con historias muy curiosas, como la de pasar a la misma hora y encontrarte a dos chicos jóvenes en el mismo portal esperando que vengan a por ellos para ir a trabajar, o que puedas pasar por una avenida importante porque está cortada antes de las 7 de la mañana. Todos los días paso por delante del agente policial pero nunca le pregunto por qué esa avenida está cortada. Mañana lo haré y saldré de dudas.

También es un privilegio poder conocer a un valenciano como yo que encima trabaja a 3 minutos de donde estoy. Y para mí, poder hablar en valenciano en algún momento determinado (es mi lengua materna) es increíble, es algo que necesito. Es la forma de poder "cagarme" en lo que quiera, de hablar como lo he hecho siempre en mi pueblo, de expresarme con palabras y frases que siempre he utilizado.

Sin embargo, el mayor privilegio es poder llegar a casa y que te esperen con una sonrisa, que te demuestren lo que sienten por ti, que te abracen y que te digan "te amo". Es un momento que no lo cambio por nada, es un momento de respiración profunda, de estar tranquilo, en paz, de dejarte llevar y de dar gracias por haberla conocido. Sí, es ella, es mi pareja.

Seguiremos informando, entre otras cosas, que participaré en el Maratón de Ciudad de México a finales de agosto. Eso de correr 42 kms a más de 2.000 metros de distancia es un auténtico reto para mí. Mientras tanto, continuaré corriendo entre los coches del DF.

Mi adaptación a México va por buen camino.

Es cierta la siguiente frase: "a donde fueres, haz lo que vieres". Cuando emigramos, muchas veces nos pensamos que son los demás los que se tienen que adaptar a ti y no tú al país donde pretendes reiniciar tu vida. De manera inconsciente a mí también me ha ocurrido, sin darme cuenta que el que soy de fuera soy YO. No solo lo digo en cuestiones de trabajo, sino también en las relaciones personales. Tú y solo tú tienes que ser capaz de comprender el estilo de vida, el carácter de la gente, la forma de ver y entender las cosas de los habitantes de tu nuevo país. Si lo consigues, estarás relajado y serás feliz.

Y yo soy feliz. Lo soy porque mi adaptación a México cada vez está más asentada y porque empiezo a tener claras muchas cosas. Y no negaré que me ha costado, pero al fin sé lo que tengo que hacer. Sería de un error inconmensurable si yo criticara un país que me lo ha dado y me lo está dando todo. Tengo trabajo, cosa que en España no lo puedo tener, la gente me ha tratado de forma muy calurosa y, lo más importante, he encontrado a la mujer de mi vida.

Sí, es la mujer de mi vida. Lo es por todo, porque es paciente conmigo, porque entiende mi situación de emigrante, porque disfruto a su lado, porque me hace reír, porque me cuida y porque me ha demostrado y me demuestra día a día que me ama. Ella ha conseguido que entienda la cultura mexicana, que entienda ciertas cosas que no tenía en cuenta, que empiece a entender que México es mi país de adopción. Amor para toda la vida, Areli.

Y es que sea rico o pobre, el mexicano suele estar contento y feliz. Es increíble cómo te reciben en su casa, cómo festejan las cosas. El otro día, por ejemplo, celebré la Candelaria en casa de unos familiares de mi pareja y me sentí abrumado por el caso, por la atención que me prestaron. Lo que más me gustó fue cuando me preguntaban cosas relacionadas con Valencia, con España, y, sobre todo, les encantó que comiera tamales y que me contagiara de su felicidad.

Dicen que la felicidad es un estado de ánimo. Definitavamente lo es. El mes que estuve en mi pueblo, Ondara, escuchaba quejas y más quejas. Todo el mundo tiene derecho a quejarse, por supuesto, pero acabé saturado entre la crisis, entre las tertulias de televisión y las quejas por todo. En México nunca oigo que alguien se queje. Y me da lo mismo si siempre ha sido un país que ha estado en crisis. Para mí tiene mucho mérito que una persona que cobre 3.000 pesos al mes (unos 180 euros), siempre tenga una sonrisa en la cara, o que solo tenga 6 días de vacaciones al año y no se queje. Creo, sinceramente, que si tratas de ver las cosas con una sonrisa disfrutas más de la vida. En este sentido envidio muchísimo a los mexicanos.

También envidio ver a un mexicano comerse un taco con toda la pasión del mundo, que asuma que no tiene muchos recursos y que valore todo, absolutamente todo. En este sentido, y ya lo he dicho en algunos otros posts, mi condición de emigrante solo me ha traído riqueza. Riqueza personal y profesional.

Por cierto, sigo entrenando en plan kamikaze por las calles del DF. Soy como un coche más, como un medio de transporte más. La gente me sigue mirando con cara rara. Seguro que piensan que por qué no corro en un parque o en una zona con menos coches. Yo tampoco lo sé, solo sé que corro por las calles y me siento libre. Seguiremos informando.

En México he aprendido a decir gracias por todo

La imagen que me viene a la mente ahora mismo es la de una señora de más de 80 años. Vende en la calle y me mira al pasar. Tiene un cigarro en la boca y sonríe. Cuando me distancio pienso y digo: "Esta mujer habrá pasado por todo, pero ahí está sonriendo con su cigarro tratando de buscarse la vida".
Y es que una de las cosas que me gusta de México es que la gente ha tenido que buscarse siempre la vida y ha hecho lo que sea por seguir adelante. Seguro que también es el caso de la señora que trabaja en la lavandería. Hoy fui a dejar mi ropa a un local nuevo. Es una señora mayor, también con una sonrisa a pesar de que hace más horas que un reloj. Lo curioso ha sido que al apuntar mi nombre en la nota me ha escrito el nombre bien, sin Y al final. He estado a punto de abrazarla.

De la misma manera, estuve a punto de abrazar el otro día a una señora en el metro. Resulta que cada billete vale 5 pesos (si un euro son unos 17 pesos, podéis hacer números y ver qué barato es el transporte público en el DF), pero la taquilla tenía una cola kilométrica. Decidí dar 5 pesos a la primera persona que pasara con una tarjeta recargable. La afortunada fue una señora que iba cargada con un millón de bolsas. Le dije lo siguiente: "perdone, ¿le puedo dar 5 pesos y me deja pasar con su tarjeta? Su respuesta fue la siguiente: "claro, pero no hace falta que me dé los 5 pesos".

Los días pasan muy rápidos. Ya han pasado 7 meses desde que llegué a México en mi segunda etapa. Estamos en abril y hace bastante calor, aunque siempre he dicho que el clima del DF no es extemo ni por un lado ni por otro. Durante los meses de invierno no me he puesto ni un solo día la cazadora más gruesa. Y ahora, con calor, se puede soportar sin ningún problema, aunque si le preguntas a un mexicano, te dirá que sí que hace frío o sí que hace mucho calor.

Y es que ya me he acostumbrado a decir gracias por todo, incluso cuando no es necesario. Digo muchas veces "gracias" y también "perdón". La cultura mexicana es de decirlo siempre. Por ejemplo, hace un rato he ido al supermercado y para cualquier cosa siempre digo "gracias". En España era impensable.

Sin embargo, gracias a ella camino por la calle con una sonrisa en la cara. Gracias a ella he vuelto a soñar. Gracias a ella mi vida es maravillosa. Un solo gesto suyo ya es suficiente para que mi día sea bueno. Areli, t'estime. Seguiremos informando.

Sobre los horarios de comida y otras cosas de la Ciudad de México

Si un mexicano o mexicana te dice a las 5 de la tarde de un día cualquiera que todavía no ha comido, es posible que sea cierto. Y es que llevo más de un año en México y todavía me sigo sorprendiendo de los horarios de comida. Puede ocurrir que un sábado desayunes a las 12 de la mañana y comas a las 6 de la tarde y no pasa nada.

Tampoco ocurre nada si vas conduciendo y tienes que incorporarte a una avenida importante y no haces stop porque, si lo haces, es muy probable que estés horas y horas para poder acceder a ella. Lo más curioso de conducir es cuando vas por una avenida donde no están marcados los carriles. En ese momento no sé si reír o llorar.

Hace ya un tiempo que no me asomaba por aquí para contar mis historias. Siempre he tratado de desdramatizar lo que me pasa, de dar a conocer lo que es México desde otra perspectiva. Y no cabe duda que cuando estás en un coche por las calles del DF, lo ves todo de otra manera. No es lo mismo estar de pie en un vagón de metro que estar pendiente de ti y de los demás cuando estás con el volante en la mano. Como curiosidad diré que cuando quieres aparcar, no tienes que poner el interminente derecho o izquierdo (según donde vayas a estacionar) sino los 4 intermitentes. Cuando lo supe, entendí porque antes me pitaban.

Y ya que hablo de pitar, a la gente de la Ciudad de México le gusta, en general, tocar el cláxon. Como ejemplo diré que cuando estás parado con el semáforo en rojo, tienes que tener presente que en el momento en que se ponga en verde, milésimas después de que esté en el color de seguir, alguien te va a pitar. Yo no sé si es una costumbre o es que siempre tienen prisa. Un día lo preguntaré.

Lo que sí sé es que en México me han ocurrido cosas increíbles. La que más es, sin duda, haber conocido a una persona especial, a la más importante. Ella me ha devuelto la alegría y con ella he pasado y estoy pasando los mejores momentos de mi vida. Gracias, Areli. T'estime! Seguiremos informando.






Un nuevo año en Ciudad de México

Ir a Migración me ayuda a pensar que no soy el único que ha pasado y pasa por diversos procesos para asentarse en un país. Cada uno de los emigrantes tiene su propia historia pero lo que nos une es que estamos lejos de casa y que pretendemos estabilizarnos en el nuevo país. Hoy fui porque como extranjero tienes que comunicar cada cambio que realizas (ya sea de trabajo o de domicilio) y he vuelto a ver a personas de diferentes países, cada uno buscando su objetivo, cada uno buscando su sueño. Hoy, por ejemplo, mientras esperaba en la cola, he podido escuchar a un francés, a un hindú y a un chino. Es raro: no he escuchado la voz de ningún español ni de ningún argentino. 

El tema de la emigración sigue estando de moda en España. Desgraciadamente. Todavía leo comentarios de políticos que indignan a los que nos hemos marchado. Solo sé que cada vez hay más universitarios interesados en abandonar el país. Por algo será. En mi caso, tomé la decisión en su momento y no me he arrepentido. 

A pesar de llevar un año y casi cinco meses en México, me sigo sorprendiendo de muchas cosas. Este año he vivido la Navidad de forma diferente gracias a una persona muy especial y muy importante para mí. Ella me ha permitido conocer la verdadera navidad mexicana: desde las posadas, pasando por las piñatas y acabando por la comida. La conclusión es que en México la Navidad se vive de forma más familiar y más amena que en España. En estos momentos me estoy acordando de cuando me tocó golpear la piñata con los ojos vendados: fue una sensación de libertad, de sacar todo lo que tenía dentro, de emoción, de sentirme bien, de no pensar en mis preocupaciones...

Durante las últimas semanas he cambiado de trabajo. Me hicieron una oferta para ir a otra agencia de comunicación y aquí estoy. Me encuentro en el proceso de adaptación, pero estoy contento con mi decisión. También es cierto que ya le he agarrado el ritmo a la Ciudad de México y eso es importante para alguien de fuera. Tened en cuenta que se trata de una ciudad de más de 20 millones de personas y su ritmo es frenético. Tengo suerte de que puedo ir caminando al trabajo y de que, poco a poco, voy conociendo más partes de la ciudad, a pesar de que me lleve algún que otro susto cuando salgo a correr. 

Tengo que reconocer que cuando llegué me costó adaptarme y creía que nunca lo conseguiría. Pero ahora puedo asegurar que estoy asentado y con ganas de seguir creciendo a nivel personal y profesional. Me emociona pensar que los míos están pendientes de mí, que saben que voy mejorando y que se alegran. Siempre he dicho que no soy ningún valiente por tomar la decisión que tomé. Simplemente me arriesgué. 

Por cierto, cuando corro sigo teniendo historias extrañas. El domingo tenía que hacer 15 kms porque quiero correr el Maratón de París. Casi me atropellan dos veces, casi me atropella una bici, un chico me dijo que estaba loco cuando cruzaba las calles y otro me preguntó mientras iba a mi lado con su bicicleta si iba bien para cierta dirección. Lo bueno del DF es que todo es imprevisible y todo es posible. 

Y, sí, desde hace unos días, veo el cielo más azul y eso me alegra. Muchos días es gris, pero cuando está azul se me alegra la cara. Ah...y no esperen que les diga dónde ir o qué ver en Ciudad de México. Lo mío es otra cosa. Solo trato de explicar lo que siento en esta megalópolis, qué siento cuando como un huitlacoche o un pavo, cuando escucho música mexicana o cuando, simplemente, estoy en el metro y observo a la gente (la última vez que lo agarré, un señor me miró y me dijo: ¿eres español?)...Seguiremos informando.