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Me gustan los viernes en la Ciudad de México

Hoy es viernes, uno de los días de la semana que más me gustan. El DF parece otra ciudad o, al menos, eso es lo que me parece. Tal vez sea por mi actitud, pero la veo diferente. Diferente es que mientras en Valencia yo pueda hablar de que el Barcelona ganó o perdió o de que hay muchos políticos corruptos, en el mismo lugar de trabajo los compañeros tratan de acertar si el sismo que acabamos de vivir ha sido de 5 o de 6 grados.

Y es que entre abril y mayo se han registrado muchos movimientos sísmicos en México. Para mí es un momento difícil porque no sé cómo reaccionar. El viernes santo estaba en casa y empezó a moverse la casa como si fuese de plastilina. Dicen que fueron 50 segundos, pero para mí fue eterno. Decidí salir a la calle porque me mareaba. No fue el primero ni el último de los vecinos que salió, pero sí salimos casi todos.

Estamos en una época rara en lo que respecta a la meteorología. En un mismo día puede hacer frío por la mañana, llover por la tarde y hacer calor por la noche. Cuando salgo por la mañana hacia el trabajo, no sé qué ponerme, pero enseguida se me olvida porque empiezo a pensar qué me encontraré durante mi camino. Y lo que me encuentro es una vida a las 6'50 de la mañana increíble. Vivo cerca de un colegio y en el instante que paso por delante, los niños están entrando para sus clases. Y como en México todo es grande, ese colegio no podía ser menos. Cada día que paso me sorprendo con la cantidad de niños y niñas que entran y entran y entran.

Yo pensaba que tras más de año y medio en México ya no me sorprenderá por lo grande de la cosas, pero me equivoqué. No deja de sorprenderme lo grandes que son los supermercados, lo grande que es esta ciudad. El otro día fui a Puebla y tardas más en salir del DF que en llegar a la otra ciudad. Es una sensación indescriptible cuando sales de la Ciudad de México, ya sea por el norte, por el sur, por el este o por el oeste. La ciudad no se acaba nunca y es imposible hacerte una idea de lo grande que es.

Sin embargo, nada es más grande y más bonito que despertarme y verla allí, durmiendo plácidamente, sin moverse, tan bonita como siempre. Ella ha conseguido que todos los días sean buenos, ha conseguido que cada día tenga una sonrisa. Para mí, que los días estén llenos de sonrisas son días que no se han desperdiciado. Con ella, todos los días han sido y son especiales, son únicos. Areli, xiqueta, t'estime.

Tan especiales como el momento de conducir por zonas de la ciudad que no conozco o como ir a un mercado, el de Jamaica, en el que te trasladas a cualquier ciudad de El Cairo, de Bangkok o de Bombay. En ese mercado venden de todo, aunque es famoso por sus flores. Es un auténtico espectáculo puesto que es un lugar cubierto pero con el suelo embarrado por el agua de las flores; muchísima gente, personas que llevan una planta en la cabeza, mujeres mayores que te atienden y que sólo quieren venderte un ramo, chicos y chicas que van de un lado a otro y yo, parado y mirando todo lo que me rodea con cara de sorprendido, de alucinado. Si pensaba que dentro lo había visto todo, me equivoqué. Cuando salí, empecé a escuchar una voz grabada de alguien que vendía pomadas. Lo sorprendente no era que vendiera pomadas, sino lo que decía: parecía que estaba dando el rosario, y hablaba de males, de situaciones surrealistas...no daba crédito.

Tampoco doy crédito a ir conduciendo por una avenida de una sola dirección y encontrarme, de repente, con un autobús que viene en sentido contrario; o que una mujer, por el simple hecho de haberme estacionado en doble fila, empiece a decirme de todo indignadísima. Yo le sonrío y le digo que todo está bien, pero la mujer sigue gritando. Al final decido irme y saludarla. Seguiremos informando.


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