No sé cuántos años tendrá. Tampoco la veo todos los días, pero cuando me cruzo con ella aparece una sonrisa en mi cara y pienso que sí, que hay personas buenas en el mundo. Cada vez que la veía me preguntaba lo mismo: ¿por qué la vida es tan injusta que hay gente que no tiene nada para comer y tiene que buscar entre la basura?
Un día me paré a su lado y le pregunté si necesitaba algo. Me dijo que no, que la comida que busca no es para ella sino para gente que realmente lo necesita. Me quedé sin palabras. Personas como ella, anónimas, que pasan desapercibidas son las que hacen cosas grandes en este mundo. Está delgada, con una mirada penetrante, de unos 70 años y con un corazón grandísimo.
El mismo corazón grande que tiene mi mujer. No tengo palabras suficientes para agradecerle todo lo que ha hecho y hace por mí cada día, sus ánimos y apoyos porque sabe que toda mi familia y amigos están lejos, porque sabe que hay momentos que uno necesita un abrazo, una caricia, un beso, porque me demuestra siempre lo mucho que me ama.
La Ciudad de México tiene muchas imágenes. Situada a más de 2,000 metros de altura y con más de 20 millones de habitantes, cada segundo, cada minuto, cada hora y cada día son distintos uno del otro. Desde hace unas semanas llueve casi todas las tardes y la gente lo tiene más que asumido. Cuando digo que cada momento es diferente al anterior me refiero a que es posible que hoy llueva muy fuerte y dejen de funcionar los semáforos y que al día siguiente sea una lluvia fina y la gente camina con paso decidido con o sin paraguas, o que un día veas a las 8 de la mañana a personas haciendo ejercicio y al otro día no te encuentres a nadie, o que salgas de casa, agarres la bici en dirección al trabajo y haya tanto tráfico que casi no puedes pedalear y al día siguiente vayas casi solo por la avenida.
Una de las imágenes que no se me va de la cabeza es la de un chico que el otro día iba caminando por la acera y, al levantar la cabeza, me vio que pasaba corriendo. Me sonrió, empezó a aplaudir y a darme ánimos. Creo que desde ese momento hasta que llegué a casa mi ritmo aumentó mucho. Pongo este ejemplo porque el mexicano es así, capaz de cualquier cosa, como esta ciudad que la odias o la amas.
Imágenes, imágenes y más imágenes. Como la de una familia entera descalza pidiendo en el metro de la ciudad, la de un chico que está dentro de un coche pitando sin parar sin pensar que la culpa del tráfico no es del coche que tiene delante, la de gente que va y viene por un mercado lleno de flores, la de un chico que te grita para que le compres un jugo o un sandwich o la de una señora que vende cosas entre los miles y miles de coches que hay en una avenida importante. Seguiremos informando.