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Una semana en Ciudad de México

¿Cómo podría catalogar mi primera semana en Ciudad de México? Difícil pregunta. Podría contestar muchas cosas, a cuál más sorprendente. Pero si me tuviera que quedar con una respuesta diría que caótica, ni en el mal sentido ni en el bueno.

Sinceramente, antes de llegar, no fui consciente de que aterrizaba en una de las ciudades más grandes del mundo, con lo que esto conlleva. Pero sólo necesité unos segundos para darme cuenta de la situación y para decirme si estaba loco, si sabía dónde me había metido o qué hacía allí. Y con más motivo tras comprobar que me costaba respirar y que enseguida se me tapó la nariz. Tampoco había previsto que DF estaba a más de 2.000 metros de altura.

Mi lugar de destino era el barrio de Coyoacán, en la zona sur de la ciudad. Teniendo en cuenta que llegué a una hora en la que muchos mexicanos y mexicanos vuelven a sus casas tras la jornada de trabajo, podéis imaginar el tráfico existente en aquél momento y mi cara sorpresa al comprobar la cantidad de coches que estaban a mi alrededor.

La ciudad de México está hecha para el coche y para los mexicanos el "carro" es fundamental en sus vidas. La consecuencia inmediata es que en los momentos de mayor tráfico puedes tardar horas y horas de ir de un lugar a otro. Esto es desesperante, al menos para mí. Para combatirlo, lo mejor es "tener paciencia".

Puesto que mi objetivo aquí es buscar trabajo, no he podido disfrutar mucho de la ciudad. El primer sábado me decidí a visitar Coyoacán y la Casa Museo de Frida Kahlo, una de las pintoras más importantes del siglo XX. El barrio es muy interesante, muy bohemio, con casas de aspecto colonial. Allí tuve la primera anécdota: un mexicano me preguntó si era futbolista profesional. Todavía estoy pensando qué le llevó a decir eso.

El domingo decidí no hacer nada puesto que estaba cansado del viaje. Hasta ese momento había dormido pocas horas porque el jet lag me estaba matando. Además, y no exagero, no podía respirar estando acostado, me ahogaba. Pude recuperar fuerzas para el día siguiente, ya que quería empezar a correr.

El problema de México City es que no hay sitios para correr, sólo parques. Puedes tener la suerte de vivir cerca de uno, como la he tenido yo estos primeros días. La primera sensación durante las primeras zancadas fue la de "me falta el aire", "no puedo respirar", "se me carga el pecho". Fueron 33 minutos de suplicio, de pensar que hacía poco había corrido una maratón y ahora no era capaz de mantener un ritmo tranquilo a más de 2.000 metros de altura. Dos días después pude hacer dos minutos más y no me cansé tanto, pero seguía con problemas de respiración.

El gran espectáculo vino el martes. Decidí coger el metro por primera vez para dirigirme a la zona del centro histórico. Lo primero que me encontré fue una marabunta de gente tanto siguiendo mi dirección del andén como cruzándose. Pensé que no era posible. Con los días he aprendido a situarme en un lugar, esperar que venga el metro y entrar con rapidez. Si no es así, no será posible entrar y tendrás que esperar al siguiente. ¿Y qué pasó en el vagón? Pues no sabía si estaba en un tren o en un mercado. Había una cantidad importante de vendedores ambulantes que paseaban de lado a lado para vender de todo: desde unos bolígrafos hasta unas pilas, pasando por unos chicles o acabando por unas cintas adhesivas. Todo ello acompañado de cantantes (todos ellos ciegos) con la música incorporada.

A día de hoy, jueves, sigo sin estar recuperado del jet lag y todavía me cuesta respirar con tranquilidad. He perdido mucho tiempo para ir de un lado a otro de la ciudad, ya sea en metro o en taxi, pero también me he dado cuenta de que puedes vivir aquí con poco dinero. El transporte público es muy barato (el metro cuesta 3 pesos, una miseria) y los taxis son mucho más baratos que España.

Y, sí, a mí también me acojonaron antes de venir con el tema de la seguridad. Tomo precauciones por si acaso pero, a día de hoy, no he visto nada extraño. Ah, y sigo buscando mi futuro. Seguiremos informando.



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