En México todo es posible. Es una de las primeras frases que me dijeron cuando llegue a este país. Y es cierto porque es posible que en tu lugar de trabajo tengas a un compañero que te diga que su bisabuelo es de un pueblo que está a 20 km del mío, o que pienses que no va a suceder una cosa y sucede.
Y es que todo acaba llegando, a un ritmo lento, pero acaba llegando. Es curioso que cuando esperas de un mexicano que haga algo porque se lo has pedido o porque él te ha dicho que lo hará, posiblemente no ocurra en el momento que tú quieres y que incluso creas que se le ha olvidado, pero no es así, al final lo hace. Es una forma de tomarse las cosas de otra manera y es sorprenderte que así ocurra en una ciudad como el DF de más de 20 millones de habitantes, donde la gran mayoría de la gente siempre va con prisas.
La prisa es una fiel compañera del mexicano de la Ciudad de México. Si tienes previsto ir en metro debes tener presente que verás a muchas personas corriendo de una línea a otra o tratando de agarrar el metro porque está a punto de salir. También es habitual que pidas algo de comida en uno de los puestos y que te lo hagan rápido, como si alguien les persiguiera. El otro día pedí un jugo de naranja y el señor lo hizo con tanto ímpetu, con tanta rapidez que estuve a punto de decirle que se tranquilizara, que no tenía prisa.
De la misma manera que me emociona ver a un señor barrer cada día su puesto de flores a las 7 de la mañana, me emociona ver las caras de decisión de la gente para irse a trabajar tan temprano. Me gustaría verme en un espejo y compararme con ellos. Sin embargo, no hay nada que me emocione más que te digan a esa hora que te aman, que son las 7 de la mañana y que ya quiere que sea por la tarde para volver a verte. Sí, mi princesa me dice eso, Areli lo dice. Cuando lo pienso se me pone la piel de gallina.
Ni que decir tiene que se me eriza la piel cuando te piden perdón por cualquier cosa, o cuando un niño te pide que le des algo y lo hace con una sonrisa, o cuando cruzas una avenida importante y casi no te da tiempo a hacerlo porque no paras de esquivar a gente que hace el camino contrario. De lo que todavía me estoy acostumbrando es al ritual de las gasolineras. Cuando llegas, el chico o la chica que trabaja allí te pregunta que gasolina quieres e inmediatamente te dice si quieres que revise las ruedas, los filtros, el aceite. Aunque le digas que no, él o ella te lo volverá a preguntar. Cuando dices que no por tercera o cuarta vez, entonces se dirige a la manguera y te comenta: "señor, a ceros". Y eso significa que me fíe de él, que pone el contador a cero. Seguiremos informando.
Blog personal en el que hablo de mi experiencia como emigrante en México y como responsable de Marketing Digital.
¿Por qué corro?
Para mí correr es fundamental. Desde que dejé de jugar a fútbol es el único deporte que practico. Empecé a hacerlo porque necesitaba suplir el hueco que había dejado con algo y pensé: "bueno, lo más fácil y barato es correr". Es cierto que había corrido muchísimo mientras jugué a fútbol, pero de lo que se trataba ahora era de hacerlo por placer, sin tener la necesidad de ir porque "tienes que ir".
Estoy hablando de finales de los años 90 y principios del 2000. Recuerdo el primer día que me puse las zapatillas. Estaba en Valencia y me iba en dirección al antiguo cauce del Río Turia. La cara de sorpresa de la gente que me veía trotar por las calles era muy divertida. No era normal que alguien corriese por ahí, al menos no era tan habitual. Ese día, recuerdo, acabé muerto, con agujetas. No era lo mismo correr que jugar.
Sin embargo, después de ducharme tuve una sensación de felicidad, de alegría, de sentirme bien, de haber utilizado ese tiempo para olvidarme de todo. Fue el inicio de una rutina que el mismo cuerpo me pedía. Era como una droga. Al principio no tenía más intención que correr para estar en forma. Nada más. Ni se me pasó por la cabeza pensar en maratones, medias maratones o carreras. Pero el día que mis amigos me dijeron de participar en una carrera de 10 Kms, ese día empezó todo.
El ambiente, la alegría de la gente, los nervios hicieron que desde ese día participe en carreras siempre que puedo. De los 10 kms pasé a los 15 kms, de ahí al medio maratón y, finalmente, al maratón. En todas mis participaciones he disfrutado como un niño pequeño, nunca me auto exigido ni me he enfadado porque a lo mejor un día me siente peor.
Ahora me vienen a la memoria las primeras carreras. No éramos demasiados, nos llamaban locos, pero ahí estábamos. Mi primera participación en un maratón fue en el 2003. Fue el de Valencia y corrimos o llegamos a la meta 2.000. Hoy en día el número de gente que corre es muy grande y yo me alegro. Me alegro que correr se haya convertido en una forma de vida porque, al fin y al cabo, es una forma de vida.
Ahora estoy en México y sigo corriendo. Lo curioso es que siempre me ha gustado correr solo, con mi música. Siempre intento correr sobre llano y recto. Soy así de raro. Desde hace un tiempo, desde que me dijo que quería correr, siento la necesidad de correr con ella. Es la primera vez que me ocurre, que quiero correr con alguien al lado. El día que ella me dijo que quería correr conmigo, me produjo una alegría indescriptible. Y ahora solo quiero correr con ella. Sé que cuando corremos juntos está preocupada porque cree que no voy a mi ritmo y que no hago el entrenamiento que quisiera. Lo que ella no sabe es la felicidad que tengo de compartir ese momento con ella, de correr a su lado, de girarme y verla correr, de girarme y verla tan guapa como siempre, de hacer 35, 40 o los minutos que sean, pararnos, que me mire, darle un abrazo, besarla y decirle que es la mejor, que es mi campeona, que es mi ídolo. Efectivamente, ahora solo quiero correr con ella, con Areli, con mi pareja. T'estime, xiqueta.
Correr, correr y correr, con destino o sin destino, pero correr. Corriendo me siento feliz. ¿Por qué será? Los corredores me entienden. Seguiremos informando.
Me gustan los viernes en la Ciudad de México
Hoy es viernes, uno de los días de la semana que más me gustan. El DF parece otra ciudad o, al menos, eso es lo que me parece. Tal vez sea por mi actitud, pero la veo diferente. Diferente es que mientras en Valencia yo pueda hablar de que el Barcelona ganó o perdió o de que hay muchos políticos corruptos, en el mismo lugar de trabajo los compañeros tratan de acertar si el sismo que acabamos de vivir ha sido de 5 o de 6 grados.
Y es que entre abril y mayo se han registrado muchos movimientos sísmicos en México. Para mí es un momento difícil porque no sé cómo reaccionar. El viernes santo estaba en casa y empezó a moverse la casa como si fuese de plastilina. Dicen que fueron 50 segundos, pero para mí fue eterno. Decidí salir a la calle porque me mareaba. No fue el primero ni el último de los vecinos que salió, pero sí salimos casi todos.
Estamos en una época rara en lo que respecta a la meteorología. En un mismo día puede hacer frío por la mañana, llover por la tarde y hacer calor por la noche. Cuando salgo por la mañana hacia el trabajo, no sé qué ponerme, pero enseguida se me olvida porque empiezo a pensar qué me encontraré durante mi camino. Y lo que me encuentro es una vida a las 6'50 de la mañana increíble. Vivo cerca de un colegio y en el instante que paso por delante, los niños están entrando para sus clases. Y como en México todo es grande, ese colegio no podía ser menos. Cada día que paso me sorprendo con la cantidad de niños y niñas que entran y entran y entran.
Yo pensaba que tras más de año y medio en México ya no me sorprenderá por lo grande de la cosas, pero me equivoqué. No deja de sorprenderme lo grandes que son los supermercados, lo grande que es esta ciudad. El otro día fui a Puebla y tardas más en salir del DF que en llegar a la otra ciudad. Es una sensación indescriptible cuando sales de la Ciudad de México, ya sea por el norte, por el sur, por el este o por el oeste. La ciudad no se acaba nunca y es imposible hacerte una idea de lo grande que es.
Sin embargo, nada es más grande y más bonito que despertarme y verla allí, durmiendo plácidamente, sin moverse, tan bonita como siempre. Ella ha conseguido que todos los días sean buenos, ha conseguido que cada día tenga una sonrisa. Para mí, que los días estén llenos de sonrisas son días que no se han desperdiciado. Con ella, todos los días han sido y son especiales, son únicos. Areli, xiqueta, t'estime.
Tan especiales como el momento de conducir por zonas de la ciudad que no conozco o como ir a un mercado, el de Jamaica, en el que te trasladas a cualquier ciudad de El Cairo, de Bangkok o de Bombay. En ese mercado venden de todo, aunque es famoso por sus flores. Es un auténtico espectáculo puesto que es un lugar cubierto pero con el suelo embarrado por el agua de las flores; muchísima gente, personas que llevan una planta en la cabeza, mujeres mayores que te atienden y que sólo quieren venderte un ramo, chicos y chicas que van de un lado a otro y yo, parado y mirando todo lo que me rodea con cara de sorprendido, de alucinado. Si pensaba que dentro lo había visto todo, me equivoqué. Cuando salí, empecé a escuchar una voz grabada de alguien que vendía pomadas. Lo sorprendente no era que vendiera pomadas, sino lo que decía: parecía que estaba dando el rosario, y hablaba de males, de situaciones surrealistas...no daba crédito.
Tampoco doy crédito a ir conduciendo por una avenida de una sola dirección y encontrarme, de repente, con un autobús que viene en sentido contrario; o que una mujer, por el simple hecho de haberme estacionado en doble fila, empiece a decirme de todo indignadísima. Yo le sonrío y le digo que todo está bien, pero la mujer sigue gritando. Al final decido irme y saludarla. Seguiremos informando.
Y es que entre abril y mayo se han registrado muchos movimientos sísmicos en México. Para mí es un momento difícil porque no sé cómo reaccionar. El viernes santo estaba en casa y empezó a moverse la casa como si fuese de plastilina. Dicen que fueron 50 segundos, pero para mí fue eterno. Decidí salir a la calle porque me mareaba. No fue el primero ni el último de los vecinos que salió, pero sí salimos casi todos.
Estamos en una época rara en lo que respecta a la meteorología. En un mismo día puede hacer frío por la mañana, llover por la tarde y hacer calor por la noche. Cuando salgo por la mañana hacia el trabajo, no sé qué ponerme, pero enseguida se me olvida porque empiezo a pensar qué me encontraré durante mi camino. Y lo que me encuentro es una vida a las 6'50 de la mañana increíble. Vivo cerca de un colegio y en el instante que paso por delante, los niños están entrando para sus clases. Y como en México todo es grande, ese colegio no podía ser menos. Cada día que paso me sorprendo con la cantidad de niños y niñas que entran y entran y entran.
Yo pensaba que tras más de año y medio en México ya no me sorprenderá por lo grande de la cosas, pero me equivoqué. No deja de sorprenderme lo grandes que son los supermercados, lo grande que es esta ciudad. El otro día fui a Puebla y tardas más en salir del DF que en llegar a la otra ciudad. Es una sensación indescriptible cuando sales de la Ciudad de México, ya sea por el norte, por el sur, por el este o por el oeste. La ciudad no se acaba nunca y es imposible hacerte una idea de lo grande que es.
Sin embargo, nada es más grande y más bonito que despertarme y verla allí, durmiendo plácidamente, sin moverse, tan bonita como siempre. Ella ha conseguido que todos los días sean buenos, ha conseguido que cada día tenga una sonrisa. Para mí, que los días estén llenos de sonrisas son días que no se han desperdiciado. Con ella, todos los días han sido y son especiales, son únicos. Areli, xiqueta, t'estime.
Tan especiales como el momento de conducir por zonas de la ciudad que no conozco o como ir a un mercado, el de Jamaica, en el que te trasladas a cualquier ciudad de El Cairo, de Bangkok o de Bombay. En ese mercado venden de todo, aunque es famoso por sus flores. Es un auténtico espectáculo puesto que es un lugar cubierto pero con el suelo embarrado por el agua de las flores; muchísima gente, personas que llevan una planta en la cabeza, mujeres mayores que te atienden y que sólo quieren venderte un ramo, chicos y chicas que van de un lado a otro y yo, parado y mirando todo lo que me rodea con cara de sorprendido, de alucinado. Si pensaba que dentro lo había visto todo, me equivoqué. Cuando salí, empecé a escuchar una voz grabada de alguien que vendía pomadas. Lo sorprendente no era que vendiera pomadas, sino lo que decía: parecía que estaba dando el rosario, y hablaba de males, de situaciones surrealistas...no daba crédito.
Tampoco doy crédito a ir conduciendo por una avenida de una sola dirección y encontrarme, de repente, con un autobús que viene en sentido contrario; o que una mujer, por el simple hecho de haberme estacionado en doble fila, empiece a decirme de todo indignadísima. Yo le sonrío y le digo que todo está bien, pero la mujer sigue gritando. Al final decido irme y saludarla. Seguiremos informando.
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Caminar a las 7 de la mañana da mucho juego en el DF
Me siento a escribir y lo primero que me viene a la mente es la imagen de un señor vestido para hacer deporte y apoyado de pie en la puerta de una iglesia. La puerta está cerrada y el protagonista está con los brazos abiertos y rezando. Son las 7 de la mañana y paso caminando para irme al trabajo. Esa imagen me acompañó durante todo el día.
Y es que mi día a día se compone de imágenes. Imágenes que pasan desapercibidas y no las recuerdo, e imágenes que me quedarán grabadas para siempre. Como la del mercadillo que se instala los viernes en un parque cercano a mi casa. Es muy temprano, camino con mucho sueño, pero cuando llego a ellos y veo la vitalidad y las ganas con las que montan su puesto, me despejo y trato de llegar al trabajo totalmente despierto. O la imagen de una señora mayor, de más de 60 años, que corre al menos dos o tres días por semana por el mismo parque. Va lenta, a su ritmo, concentrada, pero feliz. Así es como concibo el deporte.
Es cierto, soy un privilegiado. Lo soy porque puedo ir al trabajo caminando. En una ciudad de más de 20 millones de habitantes es un lujo no tener que utilizar ningún medio de transporte para ir a trabajar. Además, mientras caminas te encuentras con historias muy curiosas, como la de pasar a la misma hora y encontrarte a dos chicos jóvenes en el mismo portal esperando que vengan a por ellos para ir a trabajar, o que puedas pasar por una avenida importante porque está cortada antes de las 7 de la mañana. Todos los días paso por delante del agente policial pero nunca le pregunto por qué esa avenida está cortada. Mañana lo haré y saldré de dudas.
También es un privilegio poder conocer a un valenciano como yo que encima trabaja a 3 minutos de donde estoy. Y para mí, poder hablar en valenciano en algún momento determinado (es mi lengua materna) es increíble, es algo que necesito. Es la forma de poder "cagarme" en lo que quiera, de hablar como lo he hecho siempre en mi pueblo, de expresarme con palabras y frases que siempre he utilizado.
Sin embargo, el mayor privilegio es poder llegar a casa y que te esperen con una sonrisa, que te demuestren lo que sienten por ti, que te abracen y que te digan "te amo". Es un momento que no lo cambio por nada, es un momento de respiración profunda, de estar tranquilo, en paz, de dejarte llevar y de dar gracias por haberla conocido. Sí, es ella, es mi pareja.
Seguiremos informando, entre otras cosas, que participaré en el Maratón de Ciudad de México a finales de agosto. Eso de correr 42 kms a más de 2.000 metros de distancia es un auténtico reto para mí. Mientras tanto, continuaré corriendo entre los coches del DF.
Y es que mi día a día se compone de imágenes. Imágenes que pasan desapercibidas y no las recuerdo, e imágenes que me quedarán grabadas para siempre. Como la del mercadillo que se instala los viernes en un parque cercano a mi casa. Es muy temprano, camino con mucho sueño, pero cuando llego a ellos y veo la vitalidad y las ganas con las que montan su puesto, me despejo y trato de llegar al trabajo totalmente despierto. O la imagen de una señora mayor, de más de 60 años, que corre al menos dos o tres días por semana por el mismo parque. Va lenta, a su ritmo, concentrada, pero feliz. Así es como concibo el deporte.
Es cierto, soy un privilegiado. Lo soy porque puedo ir al trabajo caminando. En una ciudad de más de 20 millones de habitantes es un lujo no tener que utilizar ningún medio de transporte para ir a trabajar. Además, mientras caminas te encuentras con historias muy curiosas, como la de pasar a la misma hora y encontrarte a dos chicos jóvenes en el mismo portal esperando que vengan a por ellos para ir a trabajar, o que puedas pasar por una avenida importante porque está cortada antes de las 7 de la mañana. Todos los días paso por delante del agente policial pero nunca le pregunto por qué esa avenida está cortada. Mañana lo haré y saldré de dudas.
También es un privilegio poder conocer a un valenciano como yo que encima trabaja a 3 minutos de donde estoy. Y para mí, poder hablar en valenciano en algún momento determinado (es mi lengua materna) es increíble, es algo que necesito. Es la forma de poder "cagarme" en lo que quiera, de hablar como lo he hecho siempre en mi pueblo, de expresarme con palabras y frases que siempre he utilizado.
Sin embargo, el mayor privilegio es poder llegar a casa y que te esperen con una sonrisa, que te demuestren lo que sienten por ti, que te abracen y que te digan "te amo". Es un momento que no lo cambio por nada, es un momento de respiración profunda, de estar tranquilo, en paz, de dejarte llevar y de dar gracias por haberla conocido. Sí, es ella, es mi pareja.
Seguiremos informando, entre otras cosas, que participaré en el Maratón de Ciudad de México a finales de agosto. Eso de correr 42 kms a más de 2.000 metros de distancia es un auténtico reto para mí. Mientras tanto, continuaré corriendo entre los coches del DF.
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