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Si lo pienso dos veces no me marcho


Desde que dije que me iba a México, muchos me contestaron que era valiente por dar el paso. No sé si valiente es la palabrada adecuada, pero sí que es cierto que la necesidad te hace tomar decisiones arriesgadas. Sinceramente, creo que debía hacerlo.

Es la primera vez que vivo en otro país. La decisión de venir aquí fue meditada desde el punto de vista profesional, sin tener en cuenta qué me iba a encontrar a nivel personal. Es decir, no pensé en el cambio de comida, el cambio de vida o el hecho de ir a la ciudad más grande del mundo junto con Tokio. Simplemente tomé la decisión. Si me lo hubiera pensado dos veces, tal vez ahora no estaría en Ciudad de México.

Cada día aprendo cosas nuevas y me sorprendo de situaciones extrañas para mí. Por ejemplo, a estas alturas todavía no me he hecho un esguince. Las aceras son irregulares, cada trozo es de su padre y de su madre y hay muchos hoyos. Lo más curioso es ver las raíces de los árboles sobresaliendo del asfalto.

No sabría cómo definir la forma de conducir de los mexicanos. Aquí tienes que estar pendiente de tí pero también de los demás, coches y personas. Es decir, nunca sabes quién tiene preferencia. Para mí es una aventura cada vez que subo a un taxi.

Los primeros días fueron terribles desde el punto de vista de la concepción del tiempo. Empiezo a aceptar que el problema lo tengo yo  no los mexicanos. Si lo pienso, no vale la pena alarmarse ni preocuparte si quedas a una hora y no vienen, o llegan tarde (que suele ser siempre). Hoy, por  ejemplo, estoy esperando que un mensajero venga a por unos papeles para llevarlos a Inmigración. Quedé a las 9 de la mañana. Ya llega tarde. Le he llamado y me ha contestado que sí, que vendrá a lo largo de la mañana. ¿Cómo interpreto esta contestación? Creo que me tocará quedarme en casa durante bastantes horas.

Por lo demás, me está costando acostumbrarme a la comida mexicana. Tengo la suerte de que Eduardo y Maria Luisa, mi familia mexicana, comen de todo. El mejor momento del día es el desayuno. Creo que nunca había comido tanto después de levantarme: desde jugos hasta revueltos, pasando por dulces y leche. Un placer.

Hablando de comida, los primeros días no podía creer que los mexicanos coman a todas horas. En la calle existen muchas paradas y siempre hay alguien comiendo. No me lo explico. Bueno, sí, son tantos que siempre puede haber alguien con hambre. Eso sí, si decides comer en la calle tendrás un problema si te quedas con un papel o una servilleta porque será difícil encontrar una papelera.

A pesar de que la colonia española es muy grande en México, a día de hoy me he relacionado más con mexicanos. En líneas generales, conocen la situación de crisis que existe en España y entienden que ahora haya muchos españoles en la ciudad. Suelen decir que México también está en crisis, pero nada que ver con lo que he visto los dos últimos años en España. Lo interesante de este país es que cualquiera puede hacer lo que sea. Si eres periodista, puedes trabajar en un medio y al día siguiente estar vendiendo flores o revistas. Y al revés.

Y, sí, he hecho poco turismo. Todavía me quedan muchas cosas de México City y ver toda la  República. Tiempo al tiempo. Como dicen los mexicanos, tranquilidad y paciencia. Hasta pronto.



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